Corea del Norte FOTO: AFP
MAURICIO VARGAS LINARES
Las potencias mundiales y
países medianos disparan una carrera armamentista y nuclear.
Con el final de la Guerra Fría
en la década de los noventa y con los discursos a favor del multilateralismo en
los primeros años del milenio, muchos en el mundo creyeron que la resolución
pacífica de los conflictos ganaría terreno en el planeta y, en consecuencia,
que la carrera armamentista perdería buena parte de la fuerza que había ganado
a lo largo del siglo XX. Pero esos pronósticos optimistas fallaron de manera
garrafal.
La consolidación de Vladimir
Putin en el Kremlin y la política expansionista de China desde el Pacífico
hasta África, confrontadas a la reacción de los Estados Unidos y de la Unión
Europea, y sumado todo ello a la agresividad de regímenes autocráticos como los
de Irán y Corea del Norte, han garantizado a la industria armamentista mundial
un nuevo impulso.
Todas las proyecciones
coinciden en que el sector militar culminará 2022 con números que casi duplican
los de mediados de la primera década del siglo XXI. Las 100 mayores empresas
productoras de armas rozarán este año los 600.000 millones de dólares en
ventas, contra 315.000 millones de dólares en 2006. Puede ser bastante más, ya
que aún no es posible consolidar las cifras del acelerón armamentista por la
guerra en Ucrania.
Desde hace años, Estados
Unidos representa más de un tercio del gasto militar mundial. Y, para 2023, el
Congreso en Washington acaba de aprobar un presupuesto de defensa y seguridad
(que no solo incluye armas) de 858.000 millones de dólares. Es un 4 por ciento
más que lo aprobado para 2022 y un 10 por ciento más que lo ejecutado en 2021.
Para hacerse una idea de lo que implica este aumento, basta decir que entre
2015 y 2020, ese mismo presupuesto apenas creció un promedio de 2 por ciento
anual.
Adiós al pacifismo
Tras la derrota en la Segunda
Guerra Mundial, con sus ciudades arrasadas por tres años de bombardeos
convencionales y el estallido de sendas bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki,
los nuevos líderes de Japón hicieron una fuerte apuesta por el pacifismo. Según
la Constitución de 1946, sus fuerzas armadas estarían limitadas a lo que hoy
son 250.000 efectivos activos y 60.000 de reserva, dedicados de manera
exclusiva a “la autodefensa del país” y de su territorio.
Pero el viernes pasado, el
Gobierno reveló la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, primera en más de
una década, que marca un giro radical. El plan prevé un gasto militar de más de
312.000 millones de dólares en los 5 años venideros, lo que elevará ese rubro
del presupuesto de 1 a 2 por ciento del PIB. La nueva estrategia busca aumentar
“la capacidad de contraataque” y no excluye que los nuevos medios permitan
“alcanzar territorio enemigo”.
Japón mantiene una disputa con
China por la soberanía de las islas Senkaku –que China llama islas Diaoyu–,
unos islotes rocosos y desiertos al noreste de Taiwán, no lejos de Okinawa. La
amenaza de Beijing de recuperar Taiwán e incorporarlo a la República Popular
China, que se manifiesta en continuas operaciones navales y áreas en la zona,
otorga valor estratégico a estas islas. Pero en el fondo, se trata del retorno
a una disputa milenaria entre chinos y japoneses por el Pacífico occidental.
Alemania es el otro país
derrotado en la Segunda Guerra Mundial que había hecho una apuesta pacifista.
Todo eso cambió pocos días después de la invasión rusa a Ucrania, a fines de
febrero, cuando el canciller Olaf Scholz, un socialdemócrata al frente de una
coalición que incluye a los ecologistas –pacifista por tradición–, anunció ante
el parlamento en Berlín el mayor programa de gasto militar en casi 80 años.
El plan alemán, respaldado por
el conjunto de partidos políticos del país, prevé agregar 107.000 millones de
dólares de aquí a 2026, al gasto ya previsto para defensa y seguridad. Al igual
que en Japón, esto llevará dicho gasto al 2 por ciento del PIB. El gasto
militar anual pasará de promedios de 50.000 millones de dólares a más de 75.000
millones, y pondrá a Alemania a competir por el tercer lugar entre las
potencias militares, detrás de Estados Unidos y China.
Para justificar la decisión,
Scholz aseguró que sus fuerzas armadas estaban “estructuralmente desfinanciadas
desde 2010”. “Es claro –explicó a los parlamentarios, mientras a pocos miles de
kilómetros resonaban los cañones en Ucrania– que necesitamos invertir
significativamente más en la seguridad de nuestro país para proteger nuestra
libertad y nuestra democracia”.
Alemania estuvo dividida
durante décadas de Guerra Fría, con la mitad este –la República Democrática de
Alemania (RDA)– bajo dominio del bloque soviético. Y ese fantasma volvió a
asomar tras la invasión de Ucrania por las tropas rusas. Al caer el muro de
Berlín y desaparecer la Unión Soviética, el país reunificado apostó por un
acercamiento con Moscú, que implicó diplomacia y muchos negocios, con grandes
inversiones germanas en Rusia y la dependencia alemana del gas ruso.
Pero como bien lo dijo el
dirigente socialdemócrata Nils Schmid, “el diálogo y la cooperación Rusia no
han funcionado y hemos entrado en una nueva era de seguridad europea”. “Durante
30 años hicimos hincapié en el diálogo y la cooperación con Rusia –se lamentó–
y es amargo reconocer que no funcionó”.
Francia y el Reino Unido no se
quieren quedar atrás. El gobierno de Emmanuel Macron aprobó un presupuesto de
defensa de más de 45.000 millones de dólares, casi 90 por ciento dedicado a
compras de equipo militar que van desde tanques, cañones y vehículos artillados
hasta estaciones satelitales navales y terrestres. Es un 7,4 por ciento más que
en 2022 y 36 por ciento más que en 2017.
A su vez, el Gobierno
británico trazó un programa de 2023 a 2030, que busca pasar el gasto en defensa
de los 58.000 millones de dólares de este año a más de 120.000 millones anuales
al final de la década, lo que significaría entre 2,5 y 3 por ciento del PIB. Si
lo logra, estaría compitiendo con Alemania por ser la tercera potencia militar
del planeta.
Otros aumentos son evidentes
en España, Italia, Polonia, Rumania, República Checa y varios países más en la
Unión Europea. “La guerra en Ucrania ha servido a Europa –sostiene un documento
de la firma alemana Main First, que asesora y gerencia inversiones y fondos–
para redescubrir sus necesidades de seguridad, subestimadas durante mucho
tiempo”.
China, Rusia y otros
Aunque los expertos
occidentales sostienen que las cifras de gasto militar de China, basadas en
informes oficiales, no son del todo confiables, en el gigante asiático es
evidente desde hace varios años un aumento constante de este presupuesto. Para
2022, y con el objetivo de reintegrar a Taiwán a su territorio, Beijing
reconoció haber aumentado más del 7 por ciento este rubro, hasta los 230.000 millones
de dólares.
Los analistas del Sipri
(Instituto Internacional de Estudios para la Paz), basado en Estocolmo
(Suecia), piensan que ya para 2022 el gasto chino en defensa y seguridad superó
los 300.000 millones de dólares. Entre 2010 y 2020, ese presupuesto se había
duplicado, al pasar de 130.000 millones de dólares a casi 260.000 millones.
Con la obsesión de hacerse con
Crimea y amplias zonas del este y el sur de Ucrania, Putin impulsó en Rusia el
gasto militar y de seguridad. Desde el fin de la Unión Soviética y antes de
2004, nunca pasó de 20.000 millones de dólares anuales. Pero para fines de la
primera década del siglo ya rondaba los 50.000 millones de dólares por año. En
2013 tuvo un pico de 88.000 millones de dólares y luego se estabilizó no lejos de
los 70.000 millones anuales.
No es claro qué pasará en
2023, tras la pérdida de un tercio del equipo militar comprometido en la
fallida invasión a Ucrania y en medio de la crisis económica que vive Rusia.
Pero es difícil imaginar que Putin vaya a frenar el gasto militar, ahora que
necesita sostener la apuesta que hizo cuando sus tropas pasaron la frontera a
fines de febrero.
Otros países aparecen con
fuerza en el listado de competidores en esta carrera armamentista. India, con
80.000 millones de dólares anuales en gasto militar; Corea del Sur, con 45.000
millones; y Australia, con 28.000 millones, marcan todos aumentos
significativos de un año a otro.
Nuevas formas y gastos
A los analistas del Sipri, en
Estocolmo, les preocupa en particular lo que puede pasar en el campo de las
armas nucleares. El número de cabezas nucleares tocó techo en 1987, durante los
últimos sacudones de la Guerra Fría: había 70.000 cabezas, casi todas en poder
de EE. UU. y la Unión Soviética.
Los acuerdos de desarme de
fines de los 80 y que siguieron a lo largo de los 90 y a inicios de este siglo,
llevaron a una reducción impactante y esperanzadora, hasta 12.705 cabezas
nucleares en 2022. Pero, según el Sipri, esa tendencia viene cambiando, por
cuenta de China, por la guerra de Ucrania y por la amenaza nuclear de Corea del
Norte e Irán.
“Pronto llegaremos –se
inquieta Matt Korda del Sipri– a un punto en el que, por primera vez desde el
fin de la Guerra Fría, el número de armas nucleares en el mundo pueda aumentar,
un fenómeno realmente peligroso”. Rusia y Estados Unidos poseen unas 6.000
cabezas nucleares cada uno, mientras China tiene cerca de 400: pero el plan de
Beijing es cuadruplicar esa cantidad en pocos años, con armas que combinen
guerra espacial y misiles hipersónicos.
Y es que más allá de la
renovada amenaza nuclear, esta nueva versión de la carrera armamentista incluye
enormes gastos en campos inexistentes hasta hace pocos años como los ya
mencionados de guerra espacial y misiles hipersónicos, y la inteligencia
artificial (IA) aplicada al campo militar y de defensa.
China apostó hace rato por lo
que sus mandos militares definieron como “la guerra inteligente”. Y en cuanto a
Putin, ya en 2017 aseguró en un discurso: “Quien se convierta en líder en esta
esfera (de la IA militar), se convertirá en el gobernante del mundo entero”.
Tomado de: https://www.eltiempo.com/mundo/mas-regiones/analisis-de-mauricio-vargas-727629
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