viernes, 23 de diciembre de 2022

Latinoamericanos

Yo pienso mil y una veces antes de pontificar sobre lo que está pasando en Perú.

Yo sé que somos latinoamericanos. Yo entiendo que compartimos los mismos exterminios en los mismos parajes, las élites alucinadas e indolentes que han vivido aquí como viviendo en las colonias, los próceres románticos que pusieron su yo al servicio de la eternidad, las naciones que a duras penas pudieron ponerse en escena, los pulsos a muerte para asumir lo propio sin complejos, los siglos veintes de las grandes guerras a las guerras frías que no obstante encendieron estos montes, las dictaduras de unos ejércitos empeñados en vestir de terrorista a cualquiera que elevara la voz contra el régimen, las sociedades partidas, zanjadas, que un día estallan porque un día iban a estallar. Yo sé que cualquiera de nosotros tiene cierta autoridad para hablar de lo que ocurra en la América Latina, pero prefiero opinar despacio sobre lo que está pasando en Perú.

Uno entiende, en las novelas latinoamericanas, que vivimos buscando padres en pueblos fantasmas, que se nos va la vida pensando en qué momento se jodió este mundo, que lidiamos con nostalgias de lo ajeno, con lugares sin límites, con otoños de patriarcas, con crónicas de muertes anunciadas, en fin, con sinos trágicos. Cantinflas, Quino, Fontanarrosa, Chespirito, Les Luthiers siguen retratándonos esta risueña vida nuestra a pesar de los gobiernos. La historia oficial, Ciudad de Dios, Machuca, Amores perros, La estrategia del caracol podrían suceder en los patios de estos países. Tiene sentido asumir los poemas nacionales alrededor de Maradona o de Messi. Es lo justo sentirse hijo de las madres de la Plaza de Mayo o de las madres de Soacha. Pero yo pienso mil y una veces antes de pontificar sobre lo que está pasando en Perú.

Por supuesto, esta columna quiere ser, semana tras semana tras semana, una columna contra la tiranía, una denuncia de la persecución de la dignidad humana y una defensa de la democracia, con sus promesas por cumplir, de aquí a Cafarnaúm, y entonces, de entrada, señala con alarma y con vergüenza los golpes y los autogolpes. Sé que cualquier violencia en cualquier cultura nos confiere a todos la autoridad para pegar un grito. He visto, en los libros, en los medios y en los largometrajes peruanos, lo que habría que ver antes de hablar. Y, sin embargo, prefiero pensármelo más, y no deja de sorprenderme que el presidente Petro se sienta llamado no solo a tomar partido en un lío plagado de grises, sino a sentenciar sin titubeos, en Twitter, lo que pasa de Lima a la Sierra, y lo que debe pasar.

Quizás sea su vocación a la denuncia que nos sirvió bien a todos cuando él era senador. Tal vez tenga que ver con ese latinoamericanismo reencauchado que luego de tantos empeños desde Tijuana hasta la Patagonia, luego de la Gran Colombia, de la CAN, de Mercosur, de la ALBA, de UNASUR, un par de siglos después sigue insistiendo –con razón– en una política de la solidaridad entre estos países. De pronto se trate del mismo fantasma setentero que le aconsejó declarar “revivió Pinochet” cuando el “rechazo” al texto de la Constitución ganó el plebiscito chileno. De pronto se reduzca a cierta incontinencia tuitera. Pero no deja de ser triste el titular de El Comercio del martes, “Cancillería peruana condena inaceptable injerencia de Petro”, porque recuerda aquellos días terribles en los que un presidente criollo cercano a Qatar se atrevía a contarles las horas a los vecinos.

No estoy siendo desagradecido. No estoy olvidando que desde agosto tenemos un liderazgo que tiene claro que nuestra identidad –nuestra historia latinoamericana– tiene que ser la paz. Pero, en medio del delirio proverbial de la región, no es mucho pedir presidentes que no solo crean en la libre determinación de algunos pueblos.

Tomado de: https://www.bing.com/search?q=foto+de+RICARDO+SILVA+ROMERO&cvid=cf1f9d82061d42e18f565f2b8ed65364&aqs=edge..69i57j0l8.6980j0j1&pglt=43&FORM=ANNTA1&PC=U531

riCARDO SILVA ROMERO

Yo sé que somos latinoamericanos. Yo entiendo que compartimos los mismos exterminios en los mismos parajes, las élites alucinadas e indolentes que han vivido aquí como viviendo en las colonias, los próceres románticos que pusieron su yo al servicio de la eternidad, las naciones que a duras penas pudieron ponerse en escena, los pulsos a muerte para asumir lo propio sin complejos, los siglos veintes de las grandes guerras a las guerras frías que no obstante encendieron estos montes, las dictaduras de unos ejércitos empeñados en vestir de terrorista a cualquiera que elevara la voz contra el régimen, las sociedades partidas, zanjadas, que un día estallan porque un día iban a estallar. Yo sé que cualquiera de nosotros tiene cierta autoridad para hablar de lo que ocurra en la América Latina, pero prefiero opinar despacio sobre lo que está pasando en Perú.

Uno entiende, en las novelas latinoamericanas, que vivimos buscando padres en pueblos fantasmas, que se nos va la vida pensando en qué momento se jodió este mundo, que lidiamos con nostalgias de lo ajeno, con lugares sin límites, con otoños de patriarcas, con crónicas de muertes anunciadas, en fin, con sinos trágicos. Cantinflas, Quino, Fontanarrosa, Chespirito, Les Luthiers siguen retratándonos esta risueña vida nuestra a pesar de los gobiernos. La historia oficial, Ciudad de Dios, Machuca, Amores perros, La estrategia del caracol podrían suceder en los patios de estos países. Tiene sentido asumir los poemas nacionales alrededor de Maradona o de Messi. Es lo justo sentirse hijo de las madres de la Plaza de Mayo o de las madres de Soacha. Pero yo pienso mil y una veces antes de pontificar sobre lo que está pasando en Perú.

Por supuesto, esta columna quiere ser, semana tras semana tras semana, una columna contra la tiranía, una denuncia de la persecución de la dignidad humana y una defensa de la democracia, con sus promesas por cumplir, de aquí a Cafarnaúm, y entonces, de entrada, señala con alarma y con vergüenza los golpes y los autogolpes. Sé que cualquier violencia en cualquier cultura nos confiere a todos la autoridad para pegar un grito. He visto, en los libros, en los medios y en los largometrajes peruanos, lo que habría que ver antes de hablar. Y, sin embargo, prefiero pensármelo más, y no deja de sorprenderme que el presidente Petro se sienta llamado no solo a tomar partido en un lío plagado de grises, sino a sentenciar sin titubeos, en Twitter, lo que pasa de Lima a la Sierra, y lo que debe pasar.

Quizás sea su vocación a la denuncia que nos sirvió bien a todos cuando él era senador. Tal vez tenga que ver con ese latinoamericanismo reencauchado que luego de tantos empeños desde Tijuana hasta la Patagonia, luego de la Gran Colombia, de la CAN, de Mercosur, de la ALBA, de UNASUR, un par de siglos después sigue insistiendo –con razón– en una política de la solidaridad entre estos países. De pronto se trate del mismo fantasma setentero que le aconsejó declarar “revivió Pinochet” cuando el “rechazo” al texto de la Constitución ganó el plebiscito chileno. De pronto se reduzca a cierta incontinencia tuitera. Pero no deja de ser triste el titular de El Comercio del martes, “Cancillería peruana condena inaceptable injerencia de Petro”, porque recuerda aquellos días terribles en los que un presidente criollo cercano a Qatar se atrevía a contarles las horas a los vecinos.

No estoy siendo desagradecido. No estoy olvidando que desde agosto tenemos un liderazgo que tiene claro que nuestra identidad –nuestra historia latinoamericana– tiene que ser la paz. Pero, en medio del delirio proverbial de la región, no es mucho pedir presidentes que no solo crean en la libre determinación de algunos pueblos.

Tomado de: https://www.bing.com/search?q=foto+de+RICARDO+SILVA+ROMERO&cvid=cf1f9d82061d42e18f565f2b8ed65364&aqs=edge..69i57j0l8.6980j0j1&pglt=43&FORM=ANNTA1&PC=U531

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