Yo pienso mil y una veces
antes de pontificar sobre lo que está pasando en Perú.
Yo sé que somos
latinoamericanos. Yo entiendo que compartimos los mismos exterminios en los
mismos parajes, las élites alucinadas e indolentes que han vivido aquí como
viviendo en las colonias, los próceres románticos que pusieron su yo al
servicio de la eternidad, las naciones que a duras penas pudieron ponerse en
escena, los pulsos a muerte para asumir lo propio sin complejos, los siglos
veintes de las grandes guerras a las guerras frías que no obstante encendieron
estos montes, las dictaduras de unos ejércitos empeñados en vestir de
terrorista a cualquiera que elevara la voz contra el régimen, las sociedades
partidas, zanjadas, que un día estallan porque un día iban a estallar. Yo sé
que cualquiera de nosotros tiene cierta autoridad para hablar de lo que ocurra
en la América Latina, pero prefiero opinar despacio sobre lo que está pasando
en Perú.
Uno entiende, en las novelas
latinoamericanas, que vivimos buscando padres en pueblos fantasmas, que se nos
va la vida pensando en qué momento se jodió este mundo, que lidiamos con
nostalgias de lo ajeno, con lugares sin límites, con otoños de patriarcas, con
crónicas de muertes anunciadas, en fin, con sinos trágicos. Cantinflas, Quino,
Fontanarrosa, Chespirito, Les Luthiers siguen retratándonos esta risueña vida
nuestra a pesar de los gobiernos. La historia oficial, Ciudad de Dios, Machuca,
Amores perros, La estrategia del caracol podrían suceder en los patios de estos
países. Tiene sentido asumir los poemas nacionales alrededor de Maradona o de
Messi. Es lo justo sentirse hijo de las madres de la Plaza de Mayo o de las
madres de Soacha. Pero yo pienso mil y una veces antes de pontificar sobre lo
que está pasando en Perú.
Por supuesto, esta columna
quiere ser, semana tras semana tras semana, una columna contra la tiranía, una
denuncia de la persecución de la dignidad humana y una defensa de la
democracia, con sus promesas por cumplir, de aquí a Cafarnaúm, y entonces, de
entrada, señala con alarma y con vergüenza los golpes y los autogolpes. Sé que
cualquier violencia en cualquier cultura nos confiere a todos la autoridad para
pegar un grito. He visto, en los libros, en los medios y en los largometrajes
peruanos, lo que habría que ver antes de hablar. Y, sin embargo, prefiero
pensármelo más, y no deja de sorprenderme que el presidente Petro se sienta llamado
no solo a tomar partido en un lío plagado de grises, sino a sentenciar sin
titubeos, en Twitter, lo que pasa de Lima a la Sierra, y lo que debe pasar.
Quizás sea su vocación a la
denuncia que nos sirvió bien a todos cuando él era senador. Tal vez tenga que
ver con ese latinoamericanismo reencauchado que luego de tantos empeños desde
Tijuana hasta la Patagonia, luego de la Gran Colombia, de la CAN, de Mercosur,
de la ALBA, de UNASUR, un par de siglos después sigue insistiendo –con razón–
en una política de la solidaridad entre estos países. De pronto se trate del
mismo fantasma setentero que le aconsejó declarar “revivió Pinochet” cuando el
“rechazo” al texto de la Constitución ganó el plebiscito chileno. De pronto se
reduzca a cierta incontinencia tuitera. Pero no deja de ser triste el titular
de El Comercio del martes, “Cancillería peruana condena inaceptable injerencia
de Petro”, porque recuerda aquellos días terribles en los que un presidente
criollo cercano a Qatar se atrevía a contarles las horas a los vecinos.
No estoy siendo desagradecido.
No estoy olvidando que desde agosto tenemos un liderazgo que tiene claro que
nuestra identidad –nuestra historia latinoamericana– tiene que ser la paz.
Pero, en medio del delirio proverbial de la región, no es mucho pedir presidentes
que no solo crean en la libre determinación de algunos pueblos.
Tomado de: https://www.bing.com/search?q=foto+de+RICARDO+SILVA+ROMERO&cvid=cf1f9d82061d42e18f565f2b8ed65364&aqs=edge..69i57j0l8.6980j0j1&pglt=43&FORM=ANNTA1&PC=U531
riCARDO SILVA ROMERO
Yo sé que somos
latinoamericanos. Yo entiendo que compartimos los mismos exterminios en los
mismos parajes, las élites alucinadas e indolentes que han vivido aquí como
viviendo en las colonias, los próceres románticos que pusieron su yo al
servicio de la eternidad, las naciones que a duras penas pudieron ponerse en
escena, los pulsos a muerte para asumir lo propio sin complejos, los siglos
veintes de las grandes guerras a las guerras frías que no obstante encendieron
estos montes, las dictaduras de unos ejércitos empeñados en vestir de
terrorista a cualquiera que elevara la voz contra el régimen, las sociedades
partidas, zanjadas, que un día estallan porque un día iban a estallar. Yo sé
que cualquiera de nosotros tiene cierta autoridad para hablar de lo que ocurra
en la América Latina, pero prefiero opinar despacio sobre lo que está pasando
en Perú.
Uno entiende, en las novelas
latinoamericanas, que vivimos buscando padres en pueblos fantasmas, que se nos
va la vida pensando en qué momento se jodió este mundo, que lidiamos con
nostalgias de lo ajeno, con lugares sin límites, con otoños de patriarcas, con
crónicas de muertes anunciadas, en fin, con sinos trágicos. Cantinflas, Quino,
Fontanarrosa, Chespirito, Les Luthiers siguen retratándonos esta risueña vida
nuestra a pesar de los gobiernos. La historia oficial, Ciudad de Dios, Machuca,
Amores perros, La estrategia del caracol podrían suceder en los patios de estos
países. Tiene sentido asumir los poemas nacionales alrededor de Maradona o de
Messi. Es lo justo sentirse hijo de las madres de la Plaza de Mayo o de las
madres de Soacha. Pero yo pienso mil y una veces antes de pontificar sobre lo
que está pasando en Perú.
Por supuesto, esta columna
quiere ser, semana tras semana tras semana, una columna contra la tiranía, una
denuncia de la persecución de la dignidad humana y una defensa de la
democracia, con sus promesas por cumplir, de aquí a Cafarnaúm, y entonces, de
entrada, señala con alarma y con vergüenza los golpes y los autogolpes. Sé que
cualquier violencia en cualquier cultura nos confiere a todos la autoridad para
pegar un grito. He visto, en los libros, en los medios y en los largometrajes
peruanos, lo que habría que ver antes de hablar. Y, sin embargo, prefiero
pensármelo más, y no deja de sorprenderme que el presidente Petro se sienta llamado
no solo a tomar partido en un lío plagado de grises, sino a sentenciar sin
titubeos, en Twitter, lo que pasa de Lima a la Sierra, y lo que debe pasar.
Quizás sea su vocación a la
denuncia que nos sirvió bien a todos cuando él era senador. Tal vez tenga que
ver con ese latinoamericanismo reencauchado que luego de tantos empeños desde
Tijuana hasta la Patagonia, luego de la Gran Colombia, de la CAN, de Mercosur,
de la ALBA, de UNASUR, un par de siglos después sigue insistiendo –con razón–
en una política de la solidaridad entre estos países. De pronto se trate del
mismo fantasma setentero que le aconsejó declarar “revivió Pinochet” cuando el
“rechazo” al texto de la Constitución ganó el plebiscito chileno. De pronto se
reduzca a cierta incontinencia tuitera. Pero no deja de ser triste el titular
de El Comercio del martes, “Cancillería peruana condena inaceptable injerencia
de Petro”, porque recuerda aquellos días terribles en los que un presidente
criollo cercano a Qatar se atrevía a contarles las horas a los vecinos.
No estoy siendo desagradecido.
No estoy olvidando que desde agosto tenemos un liderazgo que tiene claro que
nuestra identidad –nuestra historia latinoamericana– tiene que ser la paz.
Pero, en medio del delirio proverbial de la región, no es mucho pedir presidentes
que no solo crean en la libre determinación de algunos pueblos.
Tomado de: https://www.bing.com/search?q=foto+de+RICARDO+SILVA+ROMERO&cvid=cf1f9d82061d42e18f565f2b8ed65364&aqs=edge..69i57j0l8.6980j0j1&pglt=43&FORM=ANNTA1&PC=U531
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