Bukele se ha definido a sí
mismo como el presidente más 'cool' del mundo. © Jose Cabezas (Reuters)
Nayib Bukele apareció a
finales de febrero ante centenares de militares y oficiales de policía para
agradecer su apoyo en la controvertida estrategia de seguridad y su guerra
contra las pandillas. Como ya es su costumbre, el mandatario organizó una impresionante
puesta en escena para transmitir un mensaje en el que, además de proclamarse un
“instrumento de Dios”, atacó ante oficiales fuertemente armados a la clase
política de El Salvador, a la que llamó corrupta y formada por asesinos, y se
felicitó por haber reducido los índices de criminalidad en el país
centroamericano. “Ustedes están llevando paz a los salvadoreños”, dijo a los
militares.
El guiño a las fuerzas armadas
ha despertado alertas en sectores críticos con Bukele, porque, afirman,
recuerda los momentos más duros de la militarización de la seguridad en el país
y son una muestra de la transformación radical del mandatario: el joven
político que se presentó como un líder moderno, capaz de enfrentar los
problemas que aquejan a los salvadoreños, se ha convertido en un autócrata que
desprecia las leyes y los derechos humanos, pero que cuenta con un gran apoyo
de la gente de su país. “Todas las encuestas lo certifican. El 95% de la
población salvadoreña avala nuestro trabajo”, afirmó Bukele frente a los militares.
Bukele logró la simpatía de
los salvadoreños en un país harto de la violencia, de la corrupción de la clase
política y con índices de pobreza y desigualdad escandalosos. Para la mayoría
de los salvadoreños las décadas de gobierno de la conservadora ARENA y del
izquierdista FMLN tras el retorno de la democracia en 1992 no representaron un
cambio real en el país, al contrario, ambas organizaciones son vistas como los
responsables de los problemas de violencia y pobreza que aquejan a los
salvadoreños. El descontento con la política es tal, que el Latinobarómetro de
2018 mostró que apenas el 28% de la población considera importante la
democracia, pero lo más llamativo es que más del 50% ha asegurado que le da lo
mismo vivir en una democracia o una dictadura. Bukele —hábil estratega de
comunicación— supo aprovecharse de ese hartazgo y desidia política para lanzar
su candidatura y obtener el favor de los votantes: en 2019 ganó la elección con
más del 50% de los votos.
Se convirtió desde ese momento
en un ‘tsunami’ que no paraba de atraer simpatías por su discurso. Bukele, que
no representaba una ideología clara, se dirigía principalmente a los jóvenes,
los más desencantados por la falta de oportunidades. Se vendió como el
presidente ‘millennial’, el mandatario más ‘cool’ del mundo, un hombre moderno,
eficiente, que dirige un país como un CEO capaz de poner las cosas en orden. Y
esa imagen enganchó, no solo en El Salvador, sino también en el resto de
Centroamérica, una región golpeada por los autoritarismo.
Llegada de reos pertenecientes a las pandillas MS-13 y 18 al nuevo penal © PRESIDENCIA EL SALVADOR (AFP)
“Es innegable que hay un nivel
de descanto generalizado en el país con respecto a la política partidaria,
porque la gente considera que los políticos tradicionales no lograron
transformar el país”, dice el analista César Artiga. “Eso explica en parte que
aparezca un personaje que se aprovecha de ese desencanto y de un componente
cultural muy fuerte de ira, porque la gente está furiosa, hay mucho odio y
confrontación que ha sido alimentada por Bukele. Él se posiciona ahora como una
marca, se presenta como algo innovador, que representa una ruptura”, agrega.
Pero la imagen del mandatario moderno y ‘cool’ comenzó a desmoronarse, al menos
a nivel internacional, a menos de un año de haber tomado posesión como
presidente. El mandatario irrumpió en febrero de 2020 en el Parlamento del
pequeño país centroamericano arropado por oficiales de la policía y militares,
se sentó en la silla del presidente parlamentario y ordenó el inicio de una
sesión, amparado, dijo, por un derecho divino. De esta forma Bukele pretendía
resolver la crisis interna que se había desatado por la negativa de los
diputados de aprobar una serie de préstamos que le permitieran impulsar su
estrategia de seguridad.
El hecho —catalogado por la
oposición como un “autogolpe de Estado”— ni siquiera encendió las alertas en El
Salvador ni mermó el apoyo de los salvadoreños a su presidente. Al contrario,
la popularidad de Bukele se mantuvo alta y en marzo de 2021 El huracán Bukele
arrasó en las elecciones legislativas, lo que le permitió el control del
Parlamento. Desde entonces ha usado su poder para socavar la institucionalidad
salvadoreña: ordenó la destitución del fiscal general, de los jueces de la Sala
Constitucional de la Suprema por unos leales y ha logrado instaurar un estado
de excepción que dura ya 10 meses, lo que le ha permitido sacar a los militares
a las calles y desatar una guerra casi personal contra las llamadas maras, en
la que, según organismos de derechos humanos, ha violentado el debido proceso y
se han cometido abusos contra los derechos humanos.
¿Cómo se produjo esta
transformación de un mandatario que quería romper con los vicios del pasado?
“La mayor parte de la gente se ha visto sorprendida, pero las personas que
estábamos involucradas en el monitero ciudadano ya lo veíamos venir”, asegura
el analista Artiga, que es además coordinador del Equipo impulsor nacional del
Acuerdo de Escazú, un tratado que obliga a los Estados a proteger a los
defensores del medio ambiente. “Estas inconsistencias en su discurso no son
nuevas. Cuando vimos su actuación como alcalde de San Salvador nos dimos cuenta
de esa tendencia de desprecio a las instituciones de control y a los valores
democráticos. Eso ya era parte de su comportamiento como funcionario público”,
explica Artiga en relación con el paso de Bukele por la alcaldía capitalina,
cargo que lo catapultó a la cima de la política salvadoreña.
Bukele, que gobierna con sus
hermanos como asesores, tiene los ojos puestos en la reelección. Aunque la
Constitución prohíbe dos mandatos consecutivos de un presidente, el joven
político ni siquiera ha tenido que hacer uso de su mayoría parlamentaria para
lanzarse a una reforma constitucional en la que puede perder mucho tiempo. Los
magistrados leales de la Sala Constitucional ya hicieron una particular
interpretación de las leyes, en la que afirman que no hay obstáculo para la
reelección si Bukele deja el cargo seis meses antes. Es así que, disfrutando de
altos índices de aprobación a pesar de sus desmanes y con el control total de
instituciones, Bukele avanza en un proyecto con una deriva cada vez más
autoritaria.
“El escenario se pinta más
complejo”, dice Artiga. “No veo obstáculos legales ni una oposición que impida
que se vaya a reelegir”, agrega. Este analista ve en el corto plazo un futuro
sombrío para El Salvador, como si se tratara de un monstruo kafkiano contra
quien la batalla está perdida antes de iniciarla. “Cuando se consume la
reelección se va a acrecentar el nivel de represión contra las posiciones críticas
y la sociedad civil organizada”, pronostica Artiga. “El estado de excepción
será la nueva normalidad, porque permite controlar a la gente”, dice. Vienen,
concluye Artiga, años difíciles para El Salvador de manos del hombre que se
vendió como el presidente más ‘cool’ del mundo y se ha transformado en un
autócrata que se apoya en los militares y que se proclama como un “instrumento
de Dios”.
Tomado de: https://www.msn.com/es-co/noticias/other/la-metamorfosis-de-nayib-bukele-un-poder-envenenado/ar-AA18eCwA?ocid=msedgntp&cvid=ef1a834bca5847e0a0100e30b1bfb28d&ei=63
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