Santiago Castro Gómez
Me refiero al momento en que
la baja en la popularidad y sucesivas derrotas políticas y legislativas dejan a
un gobierno, como el de Chile, con muy poco margen de maniobra. Ese momento
todavía no le ha llegado a Gustavo Petro en Colombia, pero ya podría estar
cerca. La primera derrota fue tener que retirar bochornosamente la reforma
política, aduciendo que se había desdibujado, cuando quienes la tramitaban y
defendían eran sus propios alfiles políticos. La segunda derrota fue la
exclusión de las múltiples facultades extraordinarias contenidas en el Plan de
Desarrollo. Las batallas pendientes se ciernen alrededor de otras tres
iniciativas de gran trascendencia; la reforma a la salud, la reforma laboral y
la reforma a las pensiones. Todas ellas con cargas de profundidad a sus
sectores y con riesgos reales de causar un gran daño. De su paso y como termine
dependerá la gobernabilidad del Presidente durante el resto de su periodo.
Hay razones de sobra para alarmarse, empezando por la reforma a la
salud. Por sentido común, no se debe transformar radicalmente un sistema que
está catalogado por la Organización Mundial de la Salud como el mejor en los
países en desarrollo y por encima de muchas economías avanzadas. A ciencia
cierta, no se sabe el costo fiscal y el impacto en el aseguramiento de esta
reforma. Y el liderazgo de una ministra ideologizada como Carolina Corcho, con
poco ánimo de concertación, tampoco tranquiliza. No sorprende entonces que los
partidos de gobierno que no pertenecen al Pacto Histórico se muestren reacios a
esta iniciativa.
Por los lados de la laboral,
las preocupaciones se multiplican. De ser un texto supuestamente “concertado”
con los gremios, según el gobierno, pasamos ahora a advertencias de la Andi y
Fenalco sobre el grave impacto en la informalidad y el muy probable aumento en
el desempleo. Y no era para menos cuando se inflexibiliza el mercado laboral en
contravía a tendencias mundiales que se han consolidado postpandemia.
Procuraduría General de la
Nación expresó sus profundas preocupaciones frente a este proyecto, especialmente
en las actividades estacionarias y en las necesidades especiales de la micro y
pequeñas empresas. Ya por lo menos, sobre esta iniciativa, el Partido
Conservador anunció su rechazo.
La reforma pensional es otro
galimatías. Pone en riesgo la sostenibilidad fiscal a largo plazo al no
contemplar las curvas de crecimiento poblacional, reduce el stock de ahorro
sobre el PIB en cuentas individuales, anula la capacidad de elección del
trabajador, y pone en riesgo todo un sistema que le ha servido al país, al
mercado de valores y a la deuda pública. Todo esto para reducir presión fiscal
en el corto plazo y poder gastar más. Es decir, otra tributaria por la puerta
de atrás.
Ya veremos qué suerte corren
estas iniciativas y la capacidad del Legislativo de ser muro de contención a
este exceso de activismo normativo, ideologizado, y carente de sustento
técnico, por decir lo menos. De frenarse o modificarse sustancialmente, la
agenda reformista del presidente Petro quedaría prácticamente frenada.
Le queda sin duda, la
capacidad del gasto producto de la reforma tributaria, pero esta también sería
mermada por la desaceleración económica. Si bien podría concentrarse en la “Paz
Total” y su activismo internacional, su falta de compromiso y resultados en la
lucha contra el narcotráfico, rayando en la complicidad, seguramente pasarán
factura. Aquí sí no habrá momento Boric en el sentido que este último tiene muy
claros sus límites morales con dictaduras como las de Venezuela y Nicaragua. Y
sin escándalos familiares.
Tomado de: https://www.larepublica.co/analisis/santiago-castro-gomez-513871/nos-llego-el-momento-boric-3579650
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