Salud Hernández. ©
Publicaciones Semana - Juan Carlos Sierra
Además de su cansina
charlatanería y una ignorancia ofensiva, Nicolás Maduro posee una inigualable
capacidad para esconder la mano cuando ordena encarcelar y torturar opositores.
Y para saquear las arcas públicas venezolanas con insaciable glotonería.
Al tratarse de un vecino
conflictivo, determinante y peligroso en muchas áreas, el Gobierno debería
explicar las razones de convertirlo en el mandatario extranjero más visitado
por el presidente. En ocho meses, van cuatro encuentros, número que resulta
llamativo.
¿Qué necesidad tiene Gustavo
Petro de exhibirse con el sátrapa que mata de hambre y abusos a sus ciudadanos?
¿Quiere hablar en secreto de Iván Márquez, del ELN, del cartel de los Soles, de
los vínculos con Rusia e Irán, de Álex Saab?
¿O de la reciente purga de
Tareck El Aissami y la conveniencia de celebrar las presidenciales del 2024 con
un disfraz democrático?
No creo que nadie en Venezuela
o Colombia se trague el cuento de que Maduro emprendió una cruzada contra la
corrupción al desnudar al clan El Aissami, exministro de Petróleos y cabeza de
PDVSA.
“Se ha logrado capturar una
parte de estas riquezas, mansiones donde hacían orgías terribles”, proclamó el
capo di capi, con asombroso cinismo, tras la dimisión de El Aissami y la detención
de decenas de sus cómplices.
Su nación es la cuarta más
corrupta del planeta –por detrás de Siria y los Estados fallidos Somalia y
Sudán del Sur, según Transparencia Internacional–. Ese funesto honor lo deben a
los dirigentes chavistas, empezando por el fallecido Chávez y su siniestra
familia. Son igual de delincuentes y atracan con idéntica avaricia a Venezuela.
Solo que PDVSA, incluso arruinada como está, sigue siendo la única empresa
estatal que genera importantes ingresos y de ahí la necesidad de arrebatarle el
botín a Tareck El Aissami.
Quizá muchos olvidan que ese
personajillo, descendiente de un extremista sirio, fue uno de los hijos
predilectos del dictador Hugo Chávez. Creció políticamente a su sombra y pronto
aprendió ese oficio tan chavista de atracar el erario a manos llenas. Desde que
en 2006 ocupara su primera cartera ministerial, El Aissami se dedicó a tejer
una extensa red de testaferros y lugartenientes para amasar su incalculable
fortuna. Según cuentan sus conocidos, vivía convencido de que la plata
disimulaba su falta de carisma y otras limitaciones, y sería su mejor arma para
conquistar el Palacio de Miraflores en el futuro.
Los 3.000 millones de dólares
de ventas de petróleo no reportadas, que presuntamente se quedó el clan El
Aissami y que podrían ascender a 20.000 millones en total, es una cantidad
similar a la robada por los hermanos Rodríguez –Delcy y Jorge–, y el propio
Maduro y su esposa, Cilia Flórez (tía de los traquetos Franqui y Efraín,
condenados en Estados Unidos a 18 años por narcotráfico. Biden los canjeó por 7
gringos presos en Venezuela).
Maduro y los Rodríguez
necesitaban eliminar a El Aissami del escenario, arrebatarle los billonarios
fondos petroleros y librarse de un competidor partidario de sostener fuertes
lazos con Irán y Hizbulá.
Aunque el chavismo volverá a
ganar las elecciones del 2024, haciendo todo tipo de trampas, los innumerables
paros organizados desde principios de año, incluidos los de maestros y personal
sanitario, son un permanente dolor de cabeza. Para sofocarlos de alguna manera
con nuevos subsidios, requieren urgente las rentas petroleras que roba el clan
El Aissami y aumentar la producción diaria de crudo, hoy por los suelos.
En otras palabras, no existen
suficientes fondos públicos en Venezuela para alimentar a los tres clanes
mafiosos: Miraflores, El Aissami y Diosdado/Padrino, y dejar unas migajas para
repartirlas al pueblo.
Además, los Rodríguez buscan
recuperar las relaciones con Washington con el fin de aliviar las sanciones comerciales
y lograr que borren de las listas de parias planetarios a los altos cargos que
incluyeron en ellas. Porque los 15 millones de dólares que ofrecen por Maduro,
por ejemplo, siguen vigentes, al igual que los 10 por El Aissami.
Dar la impresión de que la
dictadura venezolana está cambiando, con medidas tipo el engañoso combate a la
corrupción, podría ser una de las razones de Petro para sus encuentros casi que
furtivos con dicho tirano. Le ayudaría a proyectar su anhelada imagen de líder
regional, aunque sería otra de sus muchas incoherencias. En lugar de
democratizar de verdad la nación vecina, se limitaría a maquillar y revestir de
aparente legitimidad a un régimen despótico y ladrón, aliado de las guerrillas
colombianas.
Habrá que seguir de cerca el
alcance de la purga interna del chavismo, proceso habitual en las dictaduras.
Apartan con gran alharaca a unos alfiles y empoderan a otros más fieles. Delcy
y Jorge Rodríguez salen victoriosos esta vez. Pero que nadie se engañe. Son tan
corruptos y tiranos como El Aissami, Diosdado o el propio Nicolás Maduro.
Venezuela democrática sigue siendo un sueño lejano.
Tomado de: https://www.msn.com/es-co/noticias/other/a-qu%C3%A9-va-tanto-petro-a-venezuela/ar-AA19wNOE?ocid=msedgntp&cvid=fec58cb917564854aa3df76463d1ee86&ei=50
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