© Héctor Osuna
De
los tiempos de Fernando Londoño, cuando este habló de volver trizas el equívoco
proceso que adelantó el entonces presidente Juan Manuel Santos, al día de hoy,
fueron cumpliéndose paso por paso los metódicos daños a la democracia
colombiana.
Del
fast track aplicado al Congreso para no deliberar con cabeza fría lo que se
estaba decidiendo, pasando por el desconocimiento de la voluntad popular,
cuando al pueblo se le preguntó sobre los llamados acuerdos y el pueblo dijo
que no le parecían, y llegándose a que un país de izquierda, garante agazapado
de los mismos, levantara polvo con el Premio Nobel y tapara con honores el
abismo político, hasta desenrollarse la pita y quedar atrapados el día de hoy,
este ha sido el doloroso trayecto, el vía crucis que nos agobia y del que no
hay ni para qué quejarnos.
Sí,
estamos en un país comunista. Se solivianta a la población, a cualquier
multitud se la denomina pueblo y es voluntad constituyente. Se marcha la
empresa privada, se le baja al país la calificación económica arduamente
conseguida y somos pasivos porque nadie quiere la guerra. Desde esta columna
tampoco, nos invade la cobardía y nos llegó hace rato la vejez. Vemos decaer a
la prensa, corta de paginaje, desteñidas sus tintas, desanimadas sus noticias.
Falta
un corajudo, no un violento ni un arbitrario, un líder caudaloso, un Alberto
Lleras, flaco, endeble, “terso, helado”, como lo llamó alguien desde su propia
revista cuando dejó de dirigirla, pero todo él hecho de carácter. En los
episodios contra la dictadura del otro Gustavo (Rojas Pinilla), fueron este
Lleras y su partner, mas no copartidario, Guillermo León Valencia, quienes
salvaron al país, ya casi vencido por los colaboracionistas. Me refiero a gente
del común, como nosotros; ahora en autos oficiales, los lujosos Chevrolet 55
del régimen. Así sostenían ellos el poder absoluto; eran una clase media
acomodaticia. Valencia, mayorazgo de la casa Valencia, debió tener la piel dura
como hijo del autor de “Anarkos”, aquel poema de los “siervos del pan”, hombre
hecho más para la leyenda que para la acción; presidente, sin embargo, odiado
por la gente de hoy.
En
cuanto a la constituyente que hoy se propone, no se sabe si como amenaza o como
posible, que no lo es, cree el excanciller Leyva que bien pudiera derivar su
rara legitimidad de los acuerdos del 2016, depositados en Naciones Unidas, el
ente de la mayor respetabilidad internacional. Pero son acuerdos de paz
interna, por Dios, no son tratados públicos, no son pactos entre naciones y eso
faltaba, que los acuerdos que ponen fin a reyertas intestinas fueran un
novedoso método de reformar la Constitución. ¿Y las Naciones Unidas qué pueden
hacer? No son ellas parte del conflicto, sólo dar honorable testimonio de los
acuerdos. Muy habilidoso Leyva, con su llave maestra.
Tomado
de: https://www.msn.com/es-co/noticias/nacional/de-c%C3%B3mo-se-perdi%C3%B3-colombia/ar-BB1nvGkv?ocid=msedgntp&pc=U531&cvid=2cafde243c044bde8189691077de5478&ei=8
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