Un experimento con un suplemento de origen tailandés casi le cuesta la vida a Vincent Tolman, quien pasó 45 minutos clínicamente muerto (Youtube)
La
vida de Vincent Tolman transcurría como la de cualquier joven estadounidense de
25 años. Nacido en Texas y criado en Nevada, su interés estaba en su físico, en
perfeccionar su cuerpo a través del bodybuilding, Tolman era un hombre
decidido, con sueños modestos, pero claros. Su vida familiar giraba alrededor
de su esposa Andrea y sus dos hijos y, aunque había crecido en un ambiente
religioso, su conexión con la espiritualidad era tenue, como la de muchos
jóvenes que se enfrentan a las expectativas y las presiones de la vida diaria.
Pasaba horas en el gimnasio, buscando fuerza y definición, enfocado en esa meta
tan tangible y física de esculpir su cuerpo y ser un fisicoculturista notable.
La
vida de Vincent Tolman transcurría como la de cualquier joven estadounidense de
25 años. Nacido en Texas y criado en Nevada, su interés estaba en su físico, en
perfeccionar su cuerpo a través del bodybuilding, Tolman era un hombre
decidido, con sueños modestos, pero claros. Su vida familiar giraba alrededor
de su esposa Andrea y sus dos hijos y, aunque había crecido en un ambiente
religioso, su conexión con la espiritualidad era tenue, como la de muchos
jóvenes que se enfrentan a las expectativas y las presiones de la vida diaria.
Pasaba horas en el gimnasio, buscando fuerza y definición, enfocado en esa meta
tan tangible y física de esculpir su cuerpo y ser un fisicoculturista notable.
Pero
en el 18 de enero de 2002, su vida dio un vuelco. Ese día, junto a un amigo,
decidieron probar un suplemento de origen tailandés que habían comprado en
línea. Un producto que prometía resultados extraordinarios, pero cuya fórmula
escondía un componente oscuro. Según reveló a Business Insider, al consumirlo,
algo no les cuadró, algo no estaba bien. Se sintieron diferentes. Decidieron
dirigirse a una cadena de comida rápida, en Utah, con la esperanza de que la
comida los ayudara a estabilizarse.
Dentro
del restaurante, el malestar empeoró. Tolman se sintió cada vez más débil. Fue
al baño y cerró la puerta detrás de sí, buscando privacidad para lidiar con la
sensación abrumadora de que su cuerpo lo traicionaba. La muerte lo alcanzó
allí. Comenzó a vomitar para expulsar la toxina que lo invadía, pero aspiró el
vómito y se asfixió. En cuestión de segundos, su corazón se detuvo.
Lo
siguiente que recuerda es ver su propio cuerpo desde arriba. Una escena
surrealista, como si estuviera viendo una película. Observaba con desconcierto
cómo los paramédicos irrumpían en el baño y trabajaban frenéticamente sobre su
cuerpo, con el que él ya no sentía ninguna conexión. “No parecía yo”, relata
Tolman en su libro “The Light After Death”, que rápidamente e convirtió en un
best seller. Su piel, detalló, había adquirido un tono violáceo y cadavérico.
Los esfuerzos por resucitarlo fallaron y, cuando lo dieron por muerto, los
paramédicos lo introdujeron en una bolsa amarilla y lo colocaron en la parte
trasera de la ambulancia.
A
lo largo del trayecto, Tolman siguió observando desde arriba, flotando sobre el
vehículo que ahora transportaba su cuerpo sin vida. Murió oficialmente durante
45 minutos. En ese tiempo, la muerte para él fue una experiencia de calma
absoluta, asegura. No había dolor, ni miedo, solo una desconexión completa de
su ser físico. “Sentía como si el mundo a su alrededor no tuviera techo, como
si todo se expandiera sin barreras”, escribió en su libro. Observaba lo que
sucedía con una serenidad sorprendente, dijo, sin temor.
Pero
en la ambulancia ocurrió lo inesperado: uno de los paramédicos, un joven en su
primera semana de trabajo sintió un impulso inexplicable. Revisó el pulso de
Tolman una vez más. Contra toda lógica, decidió intentar otra ronda de
reanimación. La tercera descarga del desfibrilador fue la del milagro. Tolman
volvió a la vida, aunque de manera frágil. Al llegar al hospital, su cuerpo
comenzó a convulsionar violentamente y lo ataron a una cama mientras los
médicos intentaban estabilizarlo. Fue declarado en coma profundo, y los
doctores le dijeron a su familia que era poco probable que sobreviviera. Pero
Tolman ya no estaba allí, al menos no su conciencia.
Durante
esos tres días en coma, viajó a lo que él llama “el otro lado”. Allí fue
recibido por una figura vestida de blanco, un hombre que no hablaba, pero que
transmitía todo a través de la mente. Este guía, al que Vincent llamaría
“Drake”, lo acompañó por una revisión exhaustiva de su vida. Cada mala acción,
cada error, fue mostrado desde su propia perspectiva y desde los ojos de
aquellos a quienes había afectado. Fue un proceso intenso y abrumador, pero
también liberador. Aunque vio muchos momentos oscuros de su vida, descubrió que
había hecho más bien que mal. Esa revelación lo condujo a un estado de paz que
nunca había experimentado.
“Drake”
le explicó algo que cambió su forma de ver la vida para siempre: la tierra es
solo una escuela. “Estamos aquí para aprender, no para ser juzgados”, le dijo
el guía. Esta frase encapsuló el gran aprendizaje de Vincent: “La vida no es
una prueba ni un castigo, es un espacio para crecer, para aprender a amar y
para conectar con los demás”. En ese lugar de serenidad, rodeado de pasto verde
y flores que parecían irradiar amor, no quería volver a su cuerpo. La sensación
de paz y calor que emanaba de su entorno era irresistible.
Pero,
finalmente, tomó la decisión de regresar. Lo hizo, según él, porque su familia
lo necesitaba, especialmente su madre. Y así, contra todo pronóstico médico,
despertó del coma tres días después, completamente ileso. Fue un despertar
lleno de emociones encontradas. Había vuelto a la vida, pero algo dentro de él
había cambiado para siempre.
Desde
entonces, Vincent vivió con una certeza inquebrantable: la muerte no es el
final, es solo el principio de algo más grande. El miedo a morir se desvaneció
por completo. Ahora, vive su vida enfocado en las tres grandes lecciones que
aprendió durante su experiencia en el “otro lado”: “La autenticidad, el amor
incondicional hacia todos los seres, y la convicción de que estamos aquí para
aprender”. Para él, cada día es una oportunidad de crecimiento, y su mayor
temor no es morir, sino no vivir de manera auténtica.
Tomado de: https://www.infobae.com/estados-unidos/2024/10/21/estuvo-45-minutos-muerto-recupero-el-pulso-y-revelo-las-3-lecciones-que-aprendio-para-aplicar-en-la-vida/
NOTA:
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