domingo, 16 de octubre de 2022

Petro, Lafaurie, el cura y la sobrina

María Isabel Rueda

¿No será que realmente en el pacto de Petro con Lafaurie ambos se apuntaron un ‘hit’?

Un importante economista y exministro colombiano me describió así, en privado, el acuerdo agrario entre Petro y Fedegán: “Inmoral, censurable, falto de ética, y rompe todo principio de legalidad”.

Descalificación tan tajante me ha tenido varios días pensando. Es cierto que José Félix Lafaurie, a quien aprecio personalmente, no cuenta con la aclamación general por las asociaciones que se le han hecho con el paramilitarismo, hasta hoy no confirmadas. Que ahora Petro se apoye en las muletas, según algunos, “ensangrentadas”, de Fedegán, para pactar la reforma agraria que llevamos 60 años intentando, y que además le agreguen el calificativo de pacto “histórico”, contiene algo de desprecio hacia los esfuerzos que hicieron en su momento López Pumarejo y los Lleras.

Entonces, comencemos a evolucionar los argumentos, a ver si podemos concluir algo bien distinto. Suponiendo que el pacto agrario ya firmado es un hecho, y que va en serio, la primera pregunta obligatoria sería: ¿y qué pasa con las tierras de los palmeros, cañeros, cafeteros? ¿Por qué el gremio ganadero termina como único interlocutor de la reforma agraria? A su vez, escuché a un ganadero decir que, con respecto a los intereses del sector, entre lo firmado y su puesta en marcha hay mucho detalle técnico por concretar.

Es cierto que ya el ministro Ocampo advirtió tajantemente que esas tierras no se pueden comprar con TES, pero existen otras formas de deuda pública. Los ganaderos ya se preguntan: ¿y a cuál tasa y plazo nos negociarán? Y debido a que la mayoría de las tierras ganaderas están subvaluadas, ¿nos irán a cobrar ganancia ocasional? ¿Cuándo realmente se lograrán entregar 3 millones de hectáreas saneadas y debidamente dotadas de políticas de infraestructura y fomento, y cómo se resolverá el misterio de dónde saldrán los 60 billones que calcula Petro que cuestan?

 

Entonces, hagamos el ejercicio contrario: ¿no será que realmente en el pacto de Petro con Lafaurie ambos se apuntaron un ‘hit’?

El primero, porque por lento que se mueva el proceso de compra y adjudicación a sus nuevos propietarios, ha encontrado una forma de ganar tiempo ante la avalancha de invasores de tierras de propiedad privada, aplacándolos como “gran reformador” que promete que esas tierras terminarán a las buenas, con paciencia, entre desposeídos. Y salvándonos de que esto termine en una guerra entre indígenas, afros, campesinos y terratenientes.

Por el lado de Lafaurie, ¡quién iba a imaginar que sería precisamente él quien terminaría haciendo la reforma agraria con Petro!

Pero incluso, podemos concederle más al Gobierno: Petro ha logrado plantear una reforma agraria interesante; porque es la más pacífica imaginable, sin expropiación, y más bien con compras a precios reales de mercado, mediante un pacto acordado con el sector de los terratenientes colombianos, el más frecuentemente asociado con la actividad ganadera del país. Por encima de toda suspicacia, aquí parece haberse pactado un desplazamiento pacífico de la propiedad, con un traspaso legal de la tierra.

Aun visto así, bajo una perspectiva bastante victoriosa sobre Petro y su socio Lafaurie, subsisten las dudas sobre aspectos técnicos. Después de conseguir la plata: ¿la negociación será entre Fedegán y el Gobierno, o con cada propietario por sí mismo? ¿Qué pasará con las tierras no ganaderas? Y la racionalidad territorial: ¿a quiénes les comprarán, y a quienes les adjudicarán? (Ya se habla de municipios donde las disidencias de las Farc están empadronando). ¿Se van a crear en el territorio nacional islotes de reforma agraria?

Subsisten suspicacias y recelos que nos tienen preguntándonos qué misterioso proceso condujo a que el Gobierno escogiera precisamente a los ganaderos para cuadrar este pacto. ¿Será que ellos van a hacer el negocio de sus vidas, porque son el único sector al que le sobra tierra? No pensaríamos así si el acuerdo se hubiera firmado, por ejemplo, con un Jorge Bedoya, de la SAC, que está lejos de levantar esas ronchas de suspicacias de pasado y de futuro.

Por eso este llamado “pacto histórico agrario” me recuerda el simpático poema del Tuerto López, que narra que cuando se murió Casimiro, el campanero de la iglesia rural, “... quedó Juana, su sobrina, sin sol y sin alero ¡y tan hermosa como casquivana!”. Casimiro apuró en un suspiro un cáliz de amargura: “¡conociendo al cura! / ¡Y conociendo tanto a su sobrina!”.

Conclusión: en este pacto agrario también hay cura y hay sobrina.

Tomado de: https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/maria-isabel-rueda/columna-de-maria-isabel-rueda-petro-lafaurie-el-cura-y-la-sobrina-710183

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