domingo, 12 de febrero de 2023

Problemas en el territorio / Análisis de Ricardo Ávila

 


RICARDO ÁVILA

Este bloqueo es uno de los 42 que se presentaron la semana pasada en diferentes puntos del país. FOTO: Juan Manuel Vargas. EL TIEMPO

Hay alerta sobre la situación de un país que corre el riesgo de dar marcha atrás.

El viernes fue otro día lleno de complicaciones para María Caraballo. Como cada mañana, salió de su casa ubicada en el municipio de Guamal, en el departamento del Magdalena, atravesó el puente ‘Héroes del Botón de Leyva’, que pasa sobre el llamado ‘gran río de la patria’, y se dirigió a su trabajo en la vecina población de Mompox, en Bolívar.

Pero no pudo llegar a tiempo. “Me vi afectada porque a la altura de un caserío llamado Guataca está ubicado el paro que le impide el paso a cualquier tipo de vehículo”, explica. “Entonces tengo que buscar dónde dejar mi moto, caminar al otro lado de la barricada y buscar un mototaxista que me cobra 5.000 pesos por cada trayecto”, agrega.

Los efectos de la protesta, que en este caso en particular tienen que ver con la exigencia del servicio de gas domiciliario, paralizaron el turismo y el suministro de víveres en la zona durante casi toda la semana. “La fila de camiones a la espera es mucho más larga cuando voy o vuelvo”, dice María.

Este ejemplo dista de ser el único. Según un reporte de Colfecar, a lo largo de los primeros diez días de febrero el número de puntos de la geografía nacional con la movilidad interrumpida en carreteras principales ascendió a 42, distribuidos en 14 departamentos.

Dicha estadística se agrega a la de enero, cuando la cifra fue de 81 bloqueos en una veintena de departamentos, desde La Guajira hasta Nariño y Putumayo. De acuerdo con el gremio de los transportadores de carga, en las primeras cinco semanas de 2023 se han perdido 1.906 horas, que han tenido un precio alto para cientos de miles de personas, además de ocasionar cuantiosas pérdidas para la economía.

Las causas de las interrupciones son múltiples, aunque usualmente están relacionadas con asuntos locales que van desde una instalación educativa aquí o la exigencia de un acueducto allá. El mal estado del pavimento, la pobre alimentación escolar o los incumplimientos de promesas también llevan a que la gente se organice y acuda a las vías de hecho.

Pero la movilización popular no es el único motivo. La base de datos del conflicto armado en Colombia a cargo del Cerac muestra un alza importante en las interrupciones de tránsito atribuibles a los grupos violentos. Según el centro de estudios, en 2022 se registraron 25 acciones, seis veces más que en el año precedente, lo que constituye el guarismo más alto desde 2014, cuando no se había firmado la paz con las Farc.

A lo anterior se suma un deterioro importante en el clima de seguridad en un buen número de centros urbanos. Los reportes que maneja la Fundación Ideas para la Paz muestran que entre agosto y enero pasados las incursiones de organizaciones armadas en distintas poblaciones llegaron al mismo número que en los 18 meses previos.

La voz de la calle

Por tal motivo, los analistas especializados sostienen que hay una desmejora notable en las condiciones bajo las cuales se opera en el territorio colombiano. Y ese retroceso afecta a todos por igual: desde la multinacional que explota recursos naturales hasta el distribuidor de alimentos, el pequeño comerciante, los campesinos o la población en general.

En el corto plazo, circunstancias más difíciles se traducen en caída de ingresos que afectan el bienestar de regiones enteras y golpean la creación de empleos. No menos inquietante es el efecto más duradero, consistente en inversiones que nunca se concretan, caída del valor de la tierra y presión migratoria sobre las ciudades más grandes.

Nada de lo relatado es nuevo en el país. Desde hace rato, los fenómenos de violencia han estado presentes en innumerables sitios, con diferentes grados de intensidad. Lo preocupante es el aumento en la intensidad de estos fenómenos.

La opción de quemar llantas o poner objetos que impiden el tránsito ha sido una de las maneras preferidas de expresar el descontento popular, pero sobre todo de llamar la atención de las autoridades. Más que movilizar al alcalde o al gobernador de turno, interrumpir la movilidad obliga al Gobierno central a hacerse presente con remedios presupuestales.

Debido a ello, esta es una manera mucho más expedita de obtener resultados. Y si la Fuerza Pública prefiere no intervenir o se ve desbordada por la multitud, la única salida posible es conciliar para que las cosas regresen a la normalidad hasta nuevo aviso. Sin duda, las comunidades más exitosas en emplear la estrategia descrita son las del Cauca, que han logrado tierras y fondos oficiales en las últimas tres décadas.

No obstante, ahora el número de manifestantes es secundario. De tal manera, lo que era un desafío ocasional se volvió endémico y llega a extremos como el del viernes, cuando una persona impidió durante cuatro horas el paso de camiones en el trayecto que conduce al puerto de Agua Dulce en Buenaventura.

Para quienes trabajan en áreas donde hay minería o hidrocarburos, los dolores de cabeza son constantes. Datos de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas –que incluyen vías secundarias y terciarias– muestran que hubo 1.056 episodios de conflictividad social en 2022, cuatro veces el registro de 2016 y 36 por ciento más que el año precedente.

Por ejemplo, en el municipio de Monterrey, en Casanare, hay manifestantes que impiden el acceso a la estación El Porvenir desde el 3 de febrero. El grupo es pequeño, pero igual evita la llegada de equipos necesarios para operación y mantenimiento, lo cual afecta el bombeo de crudo.

Claramente, el problema va mucho más allá de lo anecdótico. A diferencia de lo que venía ocurriendo en años recientes, y más allá de varios paros nacionales traumáticos, lo que salta a la vista en la actualidad es la cantidad de luces de emergencia que se encienden al mismo tiempo.

Tener a Gustavo Petro en la Casa de Nariño, quien no solo considera legítimo, sino positivo que la calle hable, explica al menos parcialmente el aumento estadístico de los trastornos. A lo anterior se suman las señales tácitas y explícitas para que la Policía no despeje las vías, en un gobierno que se ha mostrado ambivalente frente a la función de la Fuerza Pública en varias ocasiones y que dice privilegiar el diálogo.

Reacción tardía

Conversar trae muchas ventajas, obviamente si se hace rápido y desemboca en resultados. Lamentablemente, el Ministerio del Interior no parece interesado en reaccionar con velocidad, ni mucho menos en establecer un sistema de alertas tempranas. Cuando se les plantea el tema, varios funcionarios dicen de manera informal que una aparición institucional solo ocurre hasta pasadas 72 horas del primer reporte.

Respuestas tardías causan pérdidas considerables. Como señala Nidia Hernández, presidente de Colfecar, “viajes que normalmente se hacen en un par de días toman ahora hasta dos semanas”. Aparte del lucro cesante suben los índices de vandalización y saqueo por parte de hordas que desvalijan tractomulas en minutos, como puede verse en videos que circulan en las redes.

Cuando las autoridades se demoran en actuar, la factura sube. En una carta enviada por el presidente de Fenavi, Gonzalo Moreno, al viceministro de Transporte, Carlos Eduardo Enríquez, se muestra el tamaño del problema.

Según la comunicación, el sector avícola produce 1,7 millones de toneladas de carne de pollo y 17.000 millones de huevos al año, para lo cual se requieren 7,5 millones de toneladas de concentrados. Entre lo uno y lo otro se necesita mover un millón de toneladas mensuales de producto que involucran a unos 100.000 camiones.

Como usualmente las materias primas vienen de Barranquilla y Cartagena, cualquier quiebre en un eslabón de la cadena se traduce en ventas perdidas, despachos incumplidos o menores rendimientos. Solo en lo que atañe a los fletes, el cálculo del gremio habla de un incremento entre 15 y 20 por ciento.

Algo similar le pasa al sector porcino. De acuerdo con la Asociación PorkColombia, el impacto económico de paros y cierres de carreteras como el de la vía Panamericana a la altura del municipio caucano de Rosas, asciende a más de 50.000 millones de pesos en el último trimestre.

El saldo en rojo también abarca los bloqueos en Puerto Gaitán que han impedido la producción de unos 50.000 barriles de petróleo al día. Esto llevará a menores exportaciones, ingresos fiscales y regalías.

Así se genera una cuenta creciente que acabará siendo asumida por los colombianos. En algunos casos, el efecto será el de mayores precios, justo cuando la inflación se mantiene por encima del 13 por ciento anual. En otros, los costos se dispararán, mientras que la gente del común –como María Barrera– tendrá que echarse la mano al bolsillo.

La otra emergencia

Como si lo relatado no fuera suficiente razón para inquietarse, vuelve a deteriorarse el clima de seguridad. La semana pasada, durante una reunión de gobernadores con el Presidente y varios de sus ministros, el mandatario del Meta, Juan Guillermo Zuluaga, lanzó un llamado desesperado sobre lo que pasa en la parte sur del departamento: “Se siente como si la estuviéramos perdiendo”.

La denuncia se concentró en las disidencias de las Farc. Un líder de la zona contó no solo que hay la obligación de carnetizarse, sino que por todo hay que pagar: 5.000 pesos por hectárea o 20.000 pesos por cada cabeza de ganado. “La vacuna le toca hasta al que vende tinto” agregó el dirigente, quien insistió en el anonimato.

Nada hace pensar que las cosas vayan a mejorar. En la región comienzan a aparecer otras agrupaciones como la ‘Segunda Marquetalia’ o ‘los Gaitanistas’, junto con los rumores de que más de un finquero piensa defenderse.

A todas estas, el Ejército está atrapado entre órdenes y contra órdenes. Si bien en un acto en Yarumal el propio Gustavo Petro sostuvo que “grupo que esté traqueteando debe ser perseguido”, las zonas grises abundan.

“Muchos oficiales tienen claro que su carrera se puede acabar si actúan, con lo cual la mayoría se atiene a la instrucción de solo proceder si hay que defenderse”, afirma un experto en tema. “Les veo la cara de frustración, de impotencia, a los generales y a los coroneles cuya moral está por los suelos”, agrega el vecino del sur del Meta que asiste a los consejos de seguridad.

Para sus defensores, esos sacrificios valen la pena en aras de sacar adelante el propósito de la paz total. No es un hecho menor que 22 agrupaciones hayan manifestado intención de acogerse a la iniciativa y que las confrontaciones con la Fuerza Pública hayan disminuido de manera sustancial.

Sin embargo, los choques entre los distintos grupos vienen en aumento, pues el repliegue de uno es la oportunidad del otro para ocupar más espacio. Además, crímenes más silenciosos como la extorsión –en el que también están involucradas bandas de delincuencia común– asfixian a poblaciones enteras.

Aunque no faltará quien diga lo contrario, no se puede usar la conocida expresión de ‘hechos aislados’. La costa Caribe, Chocó, el Bajo Cauca, Nariño, Putumayo, Arauca y Norte de Santander forman parte de las regiones o departamentos en donde el retroceso es indiscutible.

Frente a esta realidad, el propósito de desarrollar el turismo o impulsar la agricultura como los grandes motores del crecimiento futuro suena como una utopía. Objetivos como la transición energética hacia fuentes de energía más limpias tampoco son fáciles de concretar en un territorio por el cual es difícil moverse, hay que pagar vacunas y los criminales pueden aparecer en cualquier momento.

Todo lo anterior es un campanazo de alerta que merece ser tomado en serio por el Gobierno. Aparte de que el mandato constitucional de defender la vida, honra y bienes de los ciudadanos sigue en entredicho, aparece la probabilidad de entrar en un espiral de violencias que podría contenerse si hay órdenes precisas y líneas claras que permitan controlar el territorio.

María Victoria Llorente, de la Fundación Ideas para la Paz, no oculta su inquietud. “Es preocupante cómo hemos venido perdiendo terreno; no supimos aprovechar la oportunidad de la desmovilización de las Farc”, sostiene.

Para la experta, “la aproximación exclusivamente militar del anterior gobierno fue insuficiente y hasta contraproducente”. Y concluye: “Ahora, la apuesta del gobierno Petro por la paz y las negociaciones con múltiples estructuras criminales sin una estrategia de seguridad territorial que la acompañe está acelerando el deterioro de condiciones y la sensación de desprotección de la población en muchas regiones del país”.

Tomado de: https://www.eltiempo.com/economia/sectores/analisis-de-ricardo-avila-problemas-en-el-territorio-741349  


No hay comentarios:

Publicar un comentario