Lo ocurrido esta semana en San
Vicente no puede, por ningún motivo, repetirse.
La imagen de un grupo de
personas, con chalecos que las identifican como integrantes de la Guardia
Campesina Losada Guayabero, que obligaban a un grupo de policías a subir a un
camión generó airadas reacciones esta semana. Y es comprensible. El inusitado
hecho se produjo poco después de conocerse la muerte del intendente Ricardo
Arley Monroy, al parecer tras recibir una puñalada en el cuello y en estado de
indefensión –según informó el ministro de Defensa, Iván Velásquez–, mientras intentaba
controlar una protesta de un grupo de personas que terminó en la destrucción de
las instalaciones de la empresa petrolera Emerald Energy.
En estos episodios también
perdió la vida un campesino, otro homicidio para lamentar, y más de 30
integrantes del Esmad quedaron heridos. La manifestación, que adquirió un
carácter violento, inaceptable desde cualquier punto de vista, se había
producido por el incumplimiento de la promesa de arreglar una carretera de 50
kilómetros, vía necesaria para poder comercializar los alimentos que cultivan.
Pero esto no justifica tomar
acciones como las ocurridas allí. Por más de 24 horas permanecieron privados de
su libertad, en manos de los manifestantes, 78 integrantes de la Fuerza Pública
y nueve empleados de Emerald Energy. Los primeros se vieron impotentes para
contener a los agresores. Un impresionante audio en el que un uniformado clama
por ayuda a un superior, y da cuenta de la gravedad de lo ocurrido, circuló por
las redes.
Es una situación que merece
toda la atención. Por las vidas humanas perdidas y porque es sintomático de
algo muy preocupante: la dificultad vista en los últimos meses por parte de
Gobierno en su tarea de manejar la tensión social, bajo la premisa del respeto
del derecho que tienen quienes salen a la calle a expresar su descontento sin
que esta disposición socave los cimientos del Estado de derecho. Sucesos como
este constatan lo complejo que resulta trazar esta línea, que es la que hace
posible el equilibrio entre el diálogo y el uso de herramientas coercitivas
para garantizar la prevalencia del interés general. Una labor que no se limita
a las decisiones que se tomen en caliente cuando las movilizaciones pasan de
pacíficas a violentas.
Y aquí es donde hay que poner
el acento. Para evitar que se llegue a situaciones con víctimas y con escenas
como las de marras, que envían un mensaje muy preocupante que, con razón,
genera críticas y llamados a preservar la legitimidad y el respeto por las
instituciones que son columna vertebral de la democracia, es necesario hacer lo
posible por impedir que las protestas, válidas y legítimas cuando se mantienen
dentro del cauce legal, se desborden hasta llegar a extremos como el visto esta
semana.
Para ello se requiere un
abordaje integral, una hoja de ruta clara que permita abordar los diferentes
frentes y hacerlo con pies de plomo. Ante todo, es clave que los mensajes que
se emiten desde el Ejecutivo sean cuidadosamente estudiados para que la
ambigüedad de posturas dadas a conocer a través de las redes, sin la debida
mesura, termine jugando luego en contra de las instituciones. Es necesario
también que una juiciosa labor de inteligencia permita ir un paso adelante de
grupos que buscan desestabilizar instrumentalizando estas movilizaciones. En un
contexto como el de esta región en la que confluyen intereses de diferentes
organizaciones criminales involucradas en economías ilegales, y que acuden a la
extorsión para financiarse, es perfectamente factible que quieran generar un
río revuelto para allí pescar y salir ganadores. Una carta de la procuradora regional
del Caquetá, revelada por este diario, había alertado sobre posibles
constreñimientos de las disidencias de las Farc a los participantes de la
protesta.
De ahí que un conocimiento
suficiente de los diferentes actores con potencial de generar hechos violentos
en la zona sea clave para que haya un despliegue suficiente de unidades de la
Fuerza Pública con acceso a armas y herramientas adecuadas para su labor y para
su defensa, que impidan llegar a una preocupante situación como la descrita en
la mencionada conversación entre uno de los uniformados y su superior dando
cuenta de su impotencia.
El Presidente acertó en su
actitud de pedir a la Fiscalía investigar y dar con los responsables del
homicidio, así como en exigir la inmediata liberación de los policías. Pero al
mismo tiempo hay que advertir sobre lo urgente que debe ser para el Gobierno
hacer los ajustes requeridos con el fin de que no se repitan estas escenas, que
se suman a otras similares en las que uniformados son rodeados y privados de la
libertad por civiles en Cauca y Antioquia, en medio de asonadas. Es necesario
ser muy claros: nada justifica que civiles organizados pongan en jaque a la
Fuerza Pública, sometiendo a sus integrantes a tratos humillantes. Si hay una
línea roja cuyo traspaso puede no tener reversa, es esta.
EDITORIAL
Tomado de: https://www.eltiempo.com/opinion/editorial/editorial-el-tiempo-el-asedio-a-la-policia-747251
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