Pocas
veces ha sucedido algo parecido a la incursión realizada por efectivos de la
Policía ecuatoriana a la sede de la embajada de México en Quito para sacar a
Jorge Glas, exvicepresidente de Rafel Correa, y conducirlo a una cárcel de alta
seguridad.
El
señor Noboa, prevalido de su victoria electoral, de su juventud y con el
“síndrome de Bukele”, incurrió en un error garrafal, no solo en el ámbito
internacional, sino en el interno, dándole argumentos a la oposición para que
lo ataquen y se abra la puerta al sempiterno enfrentamiento entre el Congreso y
el Ejecutivo, que, en última instancia, es definido por los militares y los
indígenas. Además, les da oportunidad de acción a los actuales fiscales
internacionales: Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Es
raro que no haya contado con asesores que le hubieran advertido del error o,
como sucede en regímenes autoritarios, los que lo hicieron fueron eliminados.
Tal
vez el Estado menos indicado para haber actuado así es el Ecuador. Tuvo asilado
en su embajada en Londres durante siete años al periodista australiano Julián
Assange por el caso de los WikiLeaks, que siguió el mundo entero, hasta que el
Gobierno ecuatoriano resolvió suspender el asilo y Assange fue capturado por
las autoridades británicas.
De
conformidad con el derecho internacional, el Estado asilante es el que resuelve
si el asilado es un delincuente común o un perseguido político. El asilo no se
concede a los delincuentes comunes. Pero si el Gobierno mexicano, con razón o
sin ella, había considerado a Glas un perseguido político, el Gobierno
ecuatoriano ha debido respetarlo.
Pero,
además, el Ecuador, con la incursión y los actos de violencia contra el
personal diplomático que se encontraba en la embajada, ha violado
flagrantemente la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas. No
solamente los policías ingresaron como el hombre araña a la embajada, sino que
maltrataron al personal diplomático.
En
el caso del asilo del líder del Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya de la
Torre, en la embajada de Colombia en Lima durante cuatro años, Colombia
consideró que era un perseguido político. El gobierno de los militares
peruanos, por el contrario, sostuvo que Haya de la Torre era un delincuente
común.
La
embajada fue rodeada con barricadas y con frecuencia se le suspendía el fluido
de agua y de luz, pero no se llegó a la incursión. Se comentó que, si se
hubiera dado ese caso, se hubiera podido desatar un conflicto armado entre los
dos países.
El
caso tuvo trascendencia mundial, fue sometido a la Corte Internacional de
Justicia y es uno de los más emblemáticos que estudian los internacionalistas.
El
expresidente del Perú Alan García también estuvo asilado en la embajada de
Colombia en Lima: el, en ese entonces, presidente Alberto Fujimori finalmente
autorizó su salida.
Todos
los gobiernos latinoamericanos y varios europeos han condenado la incursión. La
OEA ha hecho lo propio, no solamente el secretario general, sino que el Consejo
Permanente aprobó, prácticamente por unanimidad, una resolución presentada por
el embajador colombiano en la OEA, Luis Ernesto Vargas, condenando al Ecuador.
México
ha anunciado que someterá el caso a la Corte Internacional de Justicia, donde
el Ecuador seguramente saldrá mal librado.
Cada
vez son más frecuentes los errores de algunos mandatarios en asuntos de
política internacional. Pero ¡qué le vamos a hacer!, el poder genera soberbia y
muchos creen que “su reino no tendrá fin”; pero, todos los reinos, menos el
reino de los cielos, tienen fin.
Tomado
de: https://www.semana.com/opinion/articulo/el-grave-error-de-la-incursion-en-la-embajada-de-mexico/202434/
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